domingo, 15 de noviembre de 2009

Sociedad, ¿solución o problema?

En la anterior entrada Programados por la sociedad, Danónimo expuso su opinión bastante acertada sobre la influencia que ejerce la sociedad sobre nuestras acciones, y como hoy es mi día de molestar, voy a contradecirlo un poco.

Empecemos por las fechas que muy bien señaló. Es cierto que las utilizamos por que todo el mundo lo hace, pero al fin y al cabo, ¿no es una buena excusa para hacer lo que nos venga en gana? Tal vez el problema sea la poca determinación de las personas la que nos hace tener que seguir estas fechas para poder juntarnos unas pocas veces al año, o tal vez, ¡sea todo lo contrario! Es decir, estamos evitando juntarnos con esas personas todo el año y hacemos penitencia con una mala noche, en cuyo caso doy la razón a Danónimo, deberíamos escoger nuestras propias fechas.

Como se ve arriba, ni todo debe ser blanco ni debe ser negro, lo debemos modelar a nuestro favor. Lo mismo ocurre con la sociedad. Danónimo ya presupone que la influencia de la sociedad es mala por naturaleza, pero tampoco debemos ser tan extremistas. Puede ser buena, y debe serlo en las ocasiones que podamos aprovecharla.
¿A caso no nos enseña una gran parte de la sociedad a ser mejores personas y a instruirnos en todo lo que debamos aprender? El caso más concreto serían los profesores, que como muy bien sabemos se encargan de intentar instruir a las personas que algún día formarán la parte más activa de la sociedad. Esta influencia carece de maldad, con lo que nos topamos que la influencia de la sociedad no es mala por naturaleza. Ahora bien, ¿debemos seguir todas las pautas que nos marcan estas personas que se encargan de nuestra educación? Si la respuesta a esta pregunta fuera afirmativa, estaríamos en un grueso error. Seguir las indicaciones al pie de la letra sin siquiera cuestionarlas y reflexionar sobre ellas es tan malo como seguir modas, con lo que se convertiría en una influencia negativa.

Vamos con más ejemplos. Muy seguramente la persona que te abrió los ojos forma también parte del engranaje de la sociedad, con lo que volvemos otra vez a un círculo vicioso. Esta información te ha resultado útil a ti que has podido reflexionar sobre ella, pero a otras personas quizá les haya resultado un factor más para impedir su capacidad de reflexión y dejarse llevar por otra corriente más.

También la basura de la sociedad puede resultar buena a las personas que no se dejan influir y que se esfuerzan para descubrir que se esconde tras la tapa del cubo, meros intereses sin importar las consecuencias.

Podríamos concluir estas reflexiones diciendo que la sociedad no es buena ni mala por naturaleza. Hará bien a las personas que tengan capacidad o no la tengan de estar más de quince minutos pensando. La capacidad de pensar nos hace humanos, y esto nos hace vivir en sociedad, si ejercemos estas capacidades, la cadena cerrará el último eslabón y nos permitirá a todos nutrirnos de la vida social. Desgraciadamente, si miramos a nuestro alrededor, la sociedad está golpeando duramente, y si hacemos caso a las estadísticas queda claro que como ha comentado Danónimo puede hacer más mal que bien, pero nos queda el consuelo de la historia, saber que siempre ha sido así, y que con un gran grado de seguridad, seguirá siéndolo.

La moda es la manada; lo interesante es hacer lo que a uno le de la gana.

BUÑUEL, Luis


La experiencia no consiste en lo que se ha vivido, sino en lo que se ha reflexionado.
PEREDA, José María de

1 comentario:

  1. Después de la grata lectura de las entradas “Programados por la sociedad” y “Sociedad, realidad o problema”, se me ha ocurrido la osadía de poner mi granito de arena en este blog.
    Habéis tratado un tema sobre el que desde hace tiempo he reflexionado mucho, ya que desde que tengo uso de razón he sentido que iba a contracorriente, como un Gregor Samsa que tiene a gala lo de ser un bicho raro. Creo que he pasado por todas las fases: desde echar en falta el confundirme con la mayoría e intentar engañarme a mí mismo para creer que podía llegar a disfrutar de las mismas distracciones que los demás, hasta observar con desdén la mediocridad y convencionalidad del resto de los mortales. No recomiendo optar por ninguno de estos extremos, pues ninguno de ambos puede reportar demasiadas alegrías. Lo ideal, según pienso, es encaminarse hacia un estilo de vida más equilibrado (ni blanco, ni negro, como dice Hanónimo), el del sociable antisocial.
    Quienes tenemos el gusanillo de la reflexión no podemos evitar sentirnos distintos a la gran mayoría, y por ello no tenemos por qué quitarnos el gustazo de ordenar nuestra vida según nuestra forma de pensar. Lo de celebrar el día de los enamorados cuando uno se enamoró de verdad o casarse sin disfrazarse de princesita son buenos ejemplos de autoafirmación a los que no deberíamos renunciar. ¿Por qué repetir las mismas inercias en las que cae todo el mundo si no somos como todo el mundo?
    Sin embargo, tampoco podemos evadirnos de la época y el lugar en los que nos ha tocado vivir. Para bien o para mal, estamos marcados por una cultura, un idioma y unas tradiciones. No vivimos en una isla desierta, sino que nos rodeamos de personas (amistades, familia, compañeros de clase o de trabajo…) a las que indudablemente apreciamos. A veces es necesario realizar concesiones, es decir, llegar a un pacto entre nuestra individualidad y las convenciones sociales. Como “bichos raros”, tenemos muy claros nuestros gustos, aficiones y estilo de vida. Son los que nos hacen sentir satisfechos con nosotros mismos. Pero tampoco todas las costumbres sociales son chabacanas, mediocres y despreciables, ¿qué hay de malo en apropiarse de lo que más nos guste, de lo más positivo de la cultura que hemos heredado?
    Puede ser que prefiriéramos reunirnos con la familia y amigos en fechas que signifiquen algo para nosotros y no en Navidad, por poner un ejemplo. Pero, en la práctica, la mayor parte de las personas que nos rodean no lo comprenderían. Por ello, si para estar con la gente que apreciamos hace falta que sea Navidad, que vayamos a la comunión de un sobrino o a la boda de una amiga, que así sea.

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